viernes, 23 de septiembre de 2011

BROTES NUEVOS SEPTIEMBRE 2011

Estaban sentados cad a uno en su pupitre, lápiz en mano, con su libro, su cuaderno, y con la mirada puesta en la pizarra. Tocaba refuerzo de matemáticas: “Unidades de millar, decenas, centenas…”. Cuando entré, todos giraron la cabeza y la timidez aterrizó en sus ojos.


Opté por quedarme atrás, sentada en una silla tan diminuta como ellos, esperando las inevitables miradas de reojo, traviesas y llenas de preguntas que ninguno se atrevía a hacerme. Así que decidí ser yo la que rompiera el hielo con un: “Uf, matemáticas… ¡Qué difícil!”. Eso bastó para que se armara un revuelo y las decenas y centenas quedaran relegadasa un segundo plano, al igual que su timidez.

A mi frase para romper el hielo le siguieron un montón de preguntas:

“¿Cómo te llamas?” “¿De dónde vienes?”

“¿De España? Nosotros damos refuerzo de español, pero ahora toca matemáticas”, dijo Samanta, que dejó muy claro que estaba “en primer grado, pero ya sé contar hasta mucho. ¿Te cuento?”.

No levantan dos palmos del suelo, pero en ellos he visto más experiencia, más vida que en cualquier adulto. Ellos son Brotes Nuevos. Brotes de humildad, de esperanza, de inocencia… Pon un lápiz en sus manos que dibujarán la sonrisa más grande del mundo. Y todo pese a no tener nada. Porque en “La casita” se prohíbe el paso a la tristeza. Se olvidan por unas horas del trabajo de casa, de la apatía, de la necesidad… Pueden des

empeñar su verdadera (y la que debiera ser única) función: ser niños. Desconectar de una realidad que está engullendo su infancia.

Y qué mejor manera de hacerlo que con música.

Uno de los monitores coge una guitarra y a su alrededor un grupo de muchachos hace lo propio. Sentados en el aula ensayan bajo la atenta mirada de los curiosos que ya han terminado sus tareas de “mates”.

Aprender, jugar, reír… En eso consiste. En reír con un séquito de chiquillos que aparece detrás de mí cuando saco uno de los aros que hay entre el material.

Lo que empieza con un simple baile del “hula hoop”, termina siendo una clase improvisada de gimnasia en el patio de la casita. Lo lanzan, lo ruedan, lo bailan… Y lo disfrutan.

Cuando acaba la clase van directos a Tasba Tara a por un pequeño almuerzo (si las circunstancias lo permiten). Tasba Tara, me explican, es “Tierra Grande”. Tan grande como los muchachos que pasan allí las tardes, y donde mi amiga Samanta irá también cuando crezca un poco.

Tan grande como las ganas de Johnny de aprender, de investigar y descubrir más sobre su propia tierra, la Moskitia, y sobre lo que hay más allá de sus fronteras. Tan grande como la entrega de Fátima y su esfuerzo por seguir estudiando para trabajar como maestra.

Charlamos. Intercambiamos conocimientos y experiencias. Me cuentan sus ilusiones, sus miedos… Son jóvenes inteligentes. Muy inteligentes. Aprovecharían una oportunidad, por pequeña que ésta fuera, y la exprimirían hasta sacar lo mejor.

Y este proyecto puede ser la fuente de la que se nutran. De la que puedan beber los valores suficientes para armarse de valor y darse cuenta de que son capaces de hacer lo que se propongan.

En Puerto Lempira crecen Brotes de Esperanza.

Lección aprendida.

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